Cuando la ansiedad acecha

   

“Cuando yo decía: Mi pie resbala, 

Tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. 

 En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, 

Tus consolaciones alegraban mi alma” 

Salmos 94:18-19 

Dios nos ha dotado con la grandiosa capacidad de pensar. Es un proceso que realizamos a diario y de manera casi automática. Algunos expertos dicen que en promedio un individuo adulto puede tener alrededor de 60,000 pensamientos al día. Los pensamientos a su vez cumplen muchas funciones, nos ayudan a solucionar problemas, a procesar situaciones e información, a reflexionar, a ordenar ideas, etc. Quizás por el gran potencial que encierra esta capacidad es que Dios nos exhorta a cuidar nuestra mente y nos anima a enfocar nuestros pensamientos en El y a meditar en su Palabra en todo tiempo. 

Existen sin embargo momentos en que los pensamientos parecieran salirse fuera de control. Estos se transforman en una preocupación constante y pensamientos que son cotidianos pasan a ser rumiantes. Algunas veces esos pensamientos agobiantes se intensifican al punto de producir incluso síntomas físicos y emocionales como nerviosismo, presión en el pecho, insomnio, hiperventilación o una sensación de miedo y peligro inminente. Si has experimentado alguno o varios de estos síntomas puede ser que hayas tenido un episodio de ansiedad o en un caso más extremo una crisis de pánico. Lo que ocurre después de un episodio puede ser tan desgastador emocionalmente como lo es la misma ansiedad. Usualmente se desencadenan una serie de emociones como culpa, enojo y vergüenza. 

La realidad es que este escenario es más común de lo que pensamos. Un gran número de personas sufren de ansiedad; nuestra sociedad incluso se muestra comprensiva y empática frente a esta realidad que afecta a muchos. ¿Pero, qué ocurre con el creyente? Muchas veces caemos en el error de pensar que el cristiano no experimenta ansiedad. Sin embargo las Escrituras hacen referencia clara en cuanto a lo que debemos hacer cuando experimentamos ansiedad. Por ejemplo, Filipenses 4:6-8 nos exhorta a que oremos con ruego y súplica cuando estemos ansiosos, y 1 Pedro 5:7 nos anima a entregar nuestra ansiedad al Señor porque Él tiene cuidado de nosotros. 

 Entonces ¿cómo podemos reponernos de un episodio? ¿cómo puede Dios reconfortarnos? El salmo 94 es un buen ejemplo que nos brinda algunas directrices para responder a estas interrogantes. Si leemos los primeros nueve versículos, nos podemos dar cuenta que el salmista se encuentra en un estado emocional inestable. Su diálogo se ve impregnado de angustia, ansiedad, impotencia, y enojo. Él no tenía control alguno sobre su situación, ni las circunstancias que lo agobiaban. Sin embargo algo ocurre a partir del versículo diez. Es como si el salmista hubiese tomado finalmente un profundo respiro y logrado ordenar sus ideas.

¿Qué ocurrió? ...

Primero, pudo darse cuenta de que Dios era quien estaba en control de la situación y no él ( v.10). Segundo, al reestructurar su manera de pensar pudo recordar las verdades de Dios (v.14). Tercero, a pesar del estado emocional del salmista, la misericordia de Dios lo sostuvo (v.18). Cuarto, en medio de su ansiedad Dios trajo consuelo y gozo a su alma (v.19). Y finalmente, el salmista encontró paz al confiar en Dios y reconocer que El era su refugio (v22). 

 Es claro que nuestro Dios no quiere que vivamos en un constante o recurrente estado de ansiedad. La realidad es que muchas de las cosas por las cuales nos preocupamos excesivamente nunca realmente llegan a ocurrir. Recuerda que aunque a veces veamos o sintamos la ansiedad como una experiencia que nos encadena, inmoviliza, y nos roba el gozo temporalmente, el Espíritu Santo es quien habita en tí y en mí. Cambia el enfoque así como lo hizo el salmista. Si tu mente está agobiada por algo del pasado que ya no puedes cambiar; o te encuentras angustiado por algo en el presente que está fuera de tu control; o si tus pensamientos acerca de lo que podría o no pasar en un futuro te han robado la paz; o estás lidiando con las emociones resultantes de un episodio de ansiedad, te animo a que dirijas tus pensamientos a Cristo, a su Palabra y a sus promesas. El que tú no estés en control no significa que Él no esté control. Así como al salmista, nuestro Padre amoroso también nos puede dar nuevas fuerzas, misericordia, consuelo, paz y descanso. 

 Annette Segura


Popular posts from this blog

Aliento en medio del desánimo y la indiferencia